sábado, 8 de enero de 2011

Frustración

El silencio se apoderó de ellos. Pero no era un silencio de esos que surgen sin más, pacíficos, que no son precisamente buscados pero que a nadie le importa vivirlos. Este no era ese tipo de silencio. Era un silencio que venía precedido por confesiones... ¿cómo calificar a estas confesiones? Hay quien las calificaría de incómodas. Otros, de necesarias. Y alguno quizás de naturales, de esas cosas que antes o después vas a decir, de irremediables incluso. Este silencio se fue abriendo paso hasta cubrir toda la ciudad. Cayó sobre ellos como una losa y entristeció sus alegres corazones. Se quedaron allí sentados, uno mirando al vacío y la otra conteniendo sus lágrimas. Aterrada. Sin saber qué hacer. Con la certeza de que lo que dijera o hiciera no serviría de nada. Porque a pesar del escaso espacio físico que los separaba el espacio real entre ellos era inmenso. Nada podía hacer, en ese momento nada dependía de ella. Se sintió perdida, totalmente vulnerable...

Y EXPLOTÓ

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